Detectar la leucemia a tiempo puede ser tan sencillo como realizarse hemogramas con frecuencia. Descubre la importancia de estos análisis.
Aunque a simple vista la sangre es un líquido homogéneo, en una sola gota hay millones de células microscópicas que flotan en la mezcla de agua y sustancias químicas diversas que los médicos llaman plasma sanguíneo. Las células de nuestra sangre se producen en nuestra médula ósea, a la que vulgarmente denominamos como tuétano. Allí, unas células especiales que llamamos hematopoyéticas son las encargas de “fabricar” el resto de células de nuestra sangre.
Hay tres tipos principales de células en la sangre: los glóbulos rojos, o hematíes, que son los encargados de transportar el oxígeno; las plaquetas o trombocitos, que intervienen cuando hay que detener una hemorragia, y los glóbulos blancos, o leucocitos, encargados de luchar contra las infecciones.
En una persona sana, los niveles de estos tres tipos de células son más o menos fijos, y por eso, una cantidad anormal de cualquiera de ellas puede ser indicativo de que se padece alguna enfermedad. El mejor modo de detectar estas anomalías es a través de un análisis de sangre llamado hemograma: una prueba que consiste en un recuento completo de las células de la sangre a partir de una pequeña muestra.
La mejor herramienta para detectar la leucemia
En algunas personas, la médula ósea comienza a producir un tipo anormal de glóbulos blancos, que son incapaces de cumplir su función inmunitaria. Estos leucocitos comienzan a reproducirse sin control y no mueren cuando envejecen o se dañan, por lo que se acumulan en la sangre, desplazando a las células sanas y bloqueando su sistema de defensas. Es entonces cuando hablamos de leucemia mieloide crónica (LMC), un tipo que representa entre el 15 y el 20% del total de las leucemias.
La LMC es una enfermedad de evolución lenta, de forma que puede pasar mucho tiempo (en ocasiones hasta años) hasta que la persona presenta síntomas externos (se calcula que hasta un 60% de las personas diagnosticadas con esta enfermedad no habían presentado síntomas hasta que se realizaron un hemograma). Sin embargo, conseguir un diagnóstico precoz puede ser una realidad si recurrimos a los controles de sangre rutinarios.
Aunque son necesarias varias pruebas para diagnosticar esta enfermedad, las personas con LMC suelen presentar más de 20.000 glóbulos blancos por cada milímetro cúbico de sangre, y en algunos casos pueden llegar hasta los 200.00 / mm³. Asimismo, en las personas con esta enfermedad, el número de plaquetas también suele ser elevado (a veces alcanzando incluso 1.000.000 / mm³), sobre todo cuando la enfermedad se detecta en sus primeras fases.
La combinación de un elevado número de este tipo de leucocitos y también una concentración alta de plaquetas muchas veces puede ser indicativo de una posible LMC.
¿Qué glóbulos blancos encontraremos en un hemograma?
Hace unos años, el “censo sanguíneo” que llamamos hemograma, era un proceso arduo que se efectuaba de forma manual bajo el microscopio, pero hoy en día los hemogramas automatizados permiten conocer con rapidez y precisión la cantidad de células de cada tipo que hay en la sangre.
En el caso de un posible caso de leucemia, el recuento de glóbulos blancos será anormalmente alto. También conocidos como glóbulos blancos, los leucocitos son células de defensa encargadas de combatir las infecciones de virus y bacterias. Se dividen en varios tipos: neutrófilos, linfocitos, monocitos, eosinófilos y basófilos. En un análisis, el recuento total de leucocitos agrupa a la suma de todos ellos, de forma que si uno de los tipos está alterado (elevado o disminuido), afectará a la cifra global.
- Neutrófilos. Son el tipo de glóbulo blanco más numeroso y se encargan de defendernos frente a los agentes externos (principalmente bacterias) que entran en el organismo. Para que en una analítica el valor de estos neutrófilos sea normal, debe estar entre 2.000 y 7.500/Ml. Sin embargo, cuando existe una infección o inflamación, su número aumenta en la sangre. En estos casos se observan que algunos son inmaduros (a los que se conoce por el nombre de “cayados”).
- Linfocitos. Su valor normal debe estar entre 1.000 y 4.500/Ml y aumenta cuando hay infección por virus o parásitos, o en algunos tumores o leucemias.
- Monocitos. Como los linfocitos, su valor aumenta en situaciones de infección por virus o parásitos o en algunos tumores o leucemias como la LMC. Para que las cifras de monocitos se encuentren dentro de la normalidad deben estar entre 200 y 800/mL.
- Eosinófilos. Aumentan cuando hay alguna enfermedad provocada por un parásito, cuando hay alguna alergia, asma o una leucemia.
- Basófilos. Este es el tipo de leucocito menos abundante en la sangre. Los basófilos son los responsables del inicio de la respuesta alérgica y tienen un papel importante en la respuesta inmunitaria, a través de la liberación de histamina y serotonina en bajas concentraciones.
No esperes más y hazte un hemograma completo
Aunque gracias al descubrimiento de los inhibidores de la tirosina kinasa, el pronóstico de la LMC ha mejorado muchísimo en los últimos años, lo cierto es que detectar la enfermedad en sus fases iniciales es clave para conseguir una eficaz y rápida respuesta al tratamiento. Y no hay mejor forma que con estos “censos” sanguíneos.
Los hemogramas también son muy útiles para conocer la evolución del estado de una persona con leucemia: la quimioterapia, por ejemplo, suele reducir drásticamente el número de células en la sangre, de forma que alguien que está recuperándose de este agresivo tratamiento también presentará progresivamente niveles más altos.
Por esta razón, queremos insistir en el valor de los análisis rutinarios, sobre todo si no padeces leucemia pero estás expuesto a diversos factores de riesgo: tabaquismo, exposición a radiación o contaminantes químicos, antecedentes familiares... No dejes de someterte a revisiones generales cada cierto tiempo.